Homo Irrealis by André Aciman

Homo Irrealis by André Aciman

autor:André Aciman [André Aciman]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biography & Autobiography, Personal Memoirs, Literary Figures, General
ISBN: 9780374603724
Google: St2wEAAAQBAJ
Amazon: 0374603723
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-04-12T22:00:00+00:00


Salí del cine aquella noche sabiendo que, aunque estaba destinado a seguir siendo un completo inútil en términos de cortejo y amoríos, y era un amante demasiado tímido para hablar con tanto aplomo e inteligencia como los hombres y las mujeres de Rohmer, algo en aquella cinta me había iluminado y me había permitido ver que, en el cineasta francés, todo lo que se relacionaba con el amor, la suerte, los otros, nuestra capacidad de ver a través de los espejismos que la vida nos pone en el camino se reducía a una única cosa: el amor por la forma. Su película era clásica. No se preocupaba por cómo eran las cosas, por la realidad, el aquí y el ahora, la decadencia urbana, la guerra en Vietnam, la Segunda Guerra Mundial o aquellos temas sobre los que todo el resto del mundo estaba ocupado filmando a finales de los sesenta; había un principio superior con el que ese cine estaba en deuda, un principio que lo metía en vereda: el clasicismo. Una película corta en la que no sucede nada y donde la mente es el argumento. Era completamente nuevo. Yo estaba encantado. No se me había ocurrido hasta ese momento que el clasicismo no había muerto y que el arte en sí, lo más elevado a lo que puede aspirar la humanidad, quizá no fuera más que una burbuja, pero que lo que hay dentro de esa burbuja y lo que aprendemos al transitarla es mejor que la vida misma.

Al salir de la sala, miré en derredor. Aquella noche, la ciudad no se parecía en nada a la de Weir o a la de Hopper, tampoco a la de ningún otro pintor que hubiese abordado Manhattan para hacerlo suyo. Ahora lo veía claro. Sin pátina, sin baños artísticos, sus edificios sin capas, la ciudad no tenía belleza, amabilidad, amor o amistad que dar; no emanaba nada, no significaba nada, al menos para mí. Esa no era mi ciudad, nunca lo sería. Su gente no era mi gente, nunca lo serían. La suya tampoco era mi lengua, nunca lo sería.

Al ver cómo Manhattan perdía su lustre a esa hora de la noche también me di cuenta de algo todavía más descorazonador: estaba perdiendo Francia, había perdido Francia, aquel París tampoco era mi ciudad, nunca lo había sido, jamás lo sería. No estaba aquí, pero tampoco estaba en ninguna otra parte, eso lo tenía claro. Nada parecía funcionar. La mujer a la que deseaba era inalcanzable. La calle en la que vivía no era mi calle y el trabajo que tenía no iba a durar. Ninguna cosa, ninguna parte, ninguna persona. Unas palabras de Dos Passos, que nunca me gustó, se me pasaron por la cabeza: «De noche, la cabeza sumergida en deseos, [el joven] camina solo. Sin trabajo, sin mujer, sin casa, sin ciudad».

De vuelta a mi casa, en el metro, lo que me llevé de aquella noche fue un París imaginario y un Nueva York imaginario, lugares que no



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